Este blog empieza a tener sentido a partir de noviembre cuando me fui 2 meses de voluntariado a Lomé en Togo. Estaba en un momento de mi vida complicado y me apetecía hacer algo totalmente diferente. Creo que fue una buena decisión y conocí un mundo diferente, diferente a todo. Recuerdo con fuerza mis primeras momentos solo en un avión desde Casablanca a Lomé sin ningún europeo a mi alrededor, la llegada a las 4 de la mañana los primeros sobornos en la aduana, mi sorpresa a ver a mi padre africano, las luces de Lomé desde el avión, las calles de Lomé por la noche al atraversarlas con el auto de François, la sorpresa al ver mi habitación. Al día siguiente el estupor fue aun mayor, empezar a beber agua en bolsas de plástico, la comida, los extraños desayunos que me daban, la falta de agua, el polvo en las calles, los líos para cambiar dinero en los bancos. El idioma que yo creía mi gran ventaja no lo fue tanto ya que en Lomé la mayoría de la gente de habla Ewe se defiende con dificultades en francés. Buscar un colegio donde poder ayudar ya me costó tres días, el calor era insoportable. Al pasar los días te ibas acostumbrando y flipabas con los niños, con los demás togoleses, con el paisaje, despertabas con las gallinas y te gustaba ver a las mujeres que iban al mercado con sus trajes multicolores, me compré una moto y era una aventura conducir por las calles polvorientas de la ciudad, donde los Zemidjan te pitan sin razón y el tráfico es caótico.
Nunca había visto ni vivido nada igual. Los días transcurrían lentos, la única diversión allí era descubrir a sus gentes, algunas de ellas no siempre dispuestas a hablar contigo o que simplemente te pedían dinero. Nunca vi tanta gente a mi alrededor mirándome con curiosidad, nunca vi tantos niños queriendo jugar conmigo y acercarse a mí para darme la mano o gritar como locos cuando aparecía en el colegio. Yo cuando me ponía a dar clases en esas aulas polvorientas pensaba: "como es posible que puedan aprender en estas condiciones 50 alumnos por clase con apenas una pizarra un calor infernal donde no corría una gota de aire". Esos chicos tienen desde luego algo que nosotros no podemos ni soñar con tener un aguante y una fortaleza increible. Además bien fácil que era arrancarles una sonrisa y hacerles feliz con cualquier cosilla.
Lo que no llegaba yo a pensar es que en Lomé me hiciesen llorar de bondad.
Lo hicieron 3 veces y esto no es una película donde todo está preparado, esto fue de verdad...
La primera fue cuando un togoles que se había arruinado por mala suerte en su vida personal y por ser buena persona, me explico que pagaba las fichas de los jóvenes de su equipo para intentar sacarles de la calle y que les entrenaba para ayudarles.
Ese mismo hombre me volvió a hacer llorar porque me dió casi más de lo que tenía, me regaló un montón de cosas cuando supo que yo me iba y me dijo que yo había sido un verdadero amigo y que en su vida sus amigos le había puteado y aún así a mí me había dado mucho más de lo que yo esperaba.
Siempre recordaré su nombre Selom, Dios en nuestro interior en Ewe. No es casualidad el nombre.
La tercera vez fue cuando unos niños de 10 años después de una clase extra que les di un sábado me pagaron por ello. Yo no me lo podía creer, no podía entender nada, ellos simplemente me dijeron que como no me lo iban a dar si les había ayudado tanto un sábado por la mañana y que era su forma de agradecerlo.
Este primer articulo del blog y el título del mismo va por ellos porque es verdad que en Lomé yo descubrí una magia especial. Ojala la pueda volver a vivir en algún lugar.